viernes, junio 05, 2009

El abandono de los dogmas

Hace tiempo escuché a un profesor español decir que el camino de los dogmatismos políticos impuestos por una ideología determinada elaborada por algunos intelectuales ilustrados había llegado a su fin. Recuerdo pensar que esta afirmación, aparte de arriesgada, me parecía un poco catastrofista ¿Qué haremos los hombres sino podemos basar nuestras decisiones políticas, morales o sociales en base a la aplicación de ciertos dogmatismos que nos han impuesto desde nuestros hogares, nuestras escuelas, nuestras iglesias y, en fin en todo nuestro entorno social, cualesquiera que este haya sido? Estos nos dan cierta seguridad en todas nuestras decisiones.

Sin embargo, parece verdad que las políticas públicas cimentadas únicamente en estos dogmatismos son dignas de culturas primitivas ya que éstas necesitaban «explicaciones» absolutas y simples para justificar sus actuaciones. Se recurría, por ende, a ciertos dogmatismos: a saber, que el monarca era ungido por Dios, que el partido representaba a la soberanía del proletariado o que las fuerzas económicas siempre encontraban un balance positivo para la economía. Todo lo que encajaba en ese dogma era válido, razonable y, en consecuencia, aceptado por la sociedad dogmatizada.

Ahora bien, en la actualidad, las políticas públicas de todos los poderes públicos deben responder a las necesidades reales de las personas que requieren soluciones a sus problemas cotidianos. No deben estar sujetas a dogmatismos políticos que limitan el campo de las soluciones posibles. Para esto es necesario un esfuerzo de aproximación a la realidad y de apreciarla en su complejidad. La mentalidad abierta, la ausencia de dogmatismos, es necesaria no solo para comprender la realidad, sino para comprender también que puede ser entendida por diversos sujetos de formas diversas, y que esas diversas aproximaciones forman también parte de la realidad.

Todo esto no implica, ni por asomo, un abandono de las ideologías, pero sí de ciertos dogmas impuestos por ellas. Las ideologías deben mutar, adaptarse a las realidades, pero no morir. Se debe recordar, en palabras de José Ingenieros, que “lo único malo es carecer de ideales y esclavizarse a las contingencias de la vida práctica inmediata, renunciando a la posibilidad de la perfección”. Los dogmas, por su lado, parecen ser incompatibles con las ideologías concebidas como caminos hacia la perfección —por lo menos en el campo de la política— en donde éste eterno perfeccionamiento que persiguen las ideologías se ve obstaculizado por determinados dogmas intolerantes, rígidos y anacrónicos.

Esta afirmación de una política con mentalidad abierta, real y plural, no se justifica desde ópticas demagógicas que buscan, como se ha hecho desde tiempos inmemoriales, mantener drogado al pueblo con retrógrados discursos contestatarios preconcebidos por lúcidas mentes en el siglo XX. Estos populismos buscan únicamente retener el poder y justificarse, infinitamente, en su propio mantenimiento. En ese sentido, los postulados del socialismo del siglo XXI, en la manera que están siendo interpretados por la revolución ciudadana, olvidan esta apreciación abierta y plural de la realidad. Para ellos, la realidad viene determinada por su visión unilateral por lo que solamente existe una solución posible al caos político que sume al Ecuador, la impuesta por ellos.