viernes, marzo 26, 2010

COMPLEMENTALIDAD (sic)

Suena alarma. Levanto el brazo desde la cama y la apago. Es sábado. Vuelve a sonar. La intento apagar de nuevo pero ya desperté. Un poco aturdido y confundido, me levanto ¡Uy!, el piso frío. Corro al baño. Estornudo. Lavamanos. Camino a la puerta. Recojo el periódico El Universo. 6 de marzo de 2010. Lo dejo en el comedor. Voy a la cocina y me preparo el café y las tostadas. Regreso con la comida. Me siento a desayunar y leo en la primera página: COMPLEMENTALIDAD. Me asombro. No conocía la existencia de esta palabra. Leo detenidamente: C-O-M-P-L-E-M-E-N-T-A-L-I-D-A-D. Trago el café sostenido por 15 segundos debajo de mi lengua. Dejo la taza encima del comedor. Corro a mi estudio. Reviso el diccionario de la Real Academia. No la encuentro. Verifico bien la ortografía de la palabra: no, definitivamente no está. Prendo la computadora. Espero 5 minutos para que cargue porque está repleta de información inútil (en su mayoría canciones viejas, fotos del recuerdo y artículos científicos que algún día, me engaño, leeré). Ingreso a www.rae.es y tecleo la palabra que busco. Me sale en un color rojo peligro “La palabra complementalidad no está en el Diccionario.”

Regreso al comedor. Cojo la taza de café. Trago dos veces. Sostengo el segundo sorbo más tiempo que el primero. Regreso al estudio. En la computadora prendida, abro Word. Escribo estas palabras. No logro recuperarme del asombro producido por leer, en primera plana, los extractos de un discurso oficial de nuestro Fiscal General, en el que utilizó una palabra que no existe ¡Se la inventó! ¡Se la sacó de la manga! Eso deja mucho que desear, pienso. Si no prepara sus discursos con detalle y calma, honestamente, no quiero saber que será de los dictámenes que tiene que hacer en ejercicio de sus importantes funciones y las posibles nefastas consecuencias con la libertad de los ciudadanos. Un funcionario de tan alta dignidad no puede espetar palabras inventadas al viento como si se tratase de un juego de oratoria. Todas sus intervenciones deben ser mesuradas, razonables y, por lo menos, ortográficamente correctas. A personajes públicos, como él, se les exige rigor. En todo. En sus acciones y en sus palabras.

Imagino que la palabra que quiso utilizar el alto funcionario fue “complementariedad” —como cualidad de complementario que significa “que sirve para completar o perfeccionar algo”— cuando dijo que los fiscales y la policía “no encontramos la complementalidad de nuestro trabajo, de parte de ciertos jueces”, respecto de la lucha contra la delincuencia. Aquí cabe una aclaración de fondo y enfática: los jueces no tienen el deber de perseguir los delitos. Ese es el deber de los fiscales y de la Policía. El deber de los jueces es hacer justicia, respetar el ordenamiento jurídico, los procedimientos instaurados y velar por la garantía de los derechos constitucionales. La actitud de los jueces debe ser obligatoriamente imparcial. No puede estar orientada a castigar a todas las personas acusadas como delincuentes. Si se quisiera eso, en vez de acusarlos de faltos de “complementalidad” se debería plantear la necesidad de eliminar a los jueces del sistema penal y, en consecuencia, confiar en la todopoderosa visión de justicia de los incorruptibles fiscales y policías. Una especie de Judge Dredd, para los cinéfilos.

Señor Fiscal General, ordene y prepare sus ideas. Búsquese alguien que le prepare los discursos y, por favor, por la seguridad de todos los ecuatorianos, encuentre a alguien que lo ayude con los dictámenes que, en ejercicio de sus funciones, tiene que redactar. Cuidado se le ocurre acusar a alguien, o a mí, de falta de “complementalidad”. Y pensar que hace poco el Ministro de Educación sostuvo que el país estaba libre de analfabetos. Quién diría.